Después de tantos años de no acudir a la ficción como forma de desahogo personal o como búsqueda de la innegable vanidad de sentirme reconocido públicamente, me asomo tímidamente al intento de recobrar la práctica del oficio más riguroso del mundo: escribir.
Volver a escribir no es fácil en mi caso, pues nunca me impulsó hacerlo por el mero hecho de dominar la técnica y agregar la consabida cuota de imaginación en el escenario escogido. Tampoco es que en verdad alguna vez haya logrado ser consciente del motivo cierto que me creaba noche tras noche la necesidad de escribir. Pero jugué con la posibilidad de brindar respuestas y escribí para un encuentro de escritores noveles costeños el ensayo titulado Escribir: un parto con dolor o un vómito de conejitos. Fue el mejor texto y los organizadores me otorgaron un premio de unos veinticinco mil pesos, si mal no recuerdo. Ya antes había ganado el primer puesto con el cuento Los barcos de Mr. Belrnes.
Ahora, en este intento, quizás vano, de estirar un poco los pensamientos dormidos, no es mi intención recordar el mencionado ensayo o los viejos cuentos, por cierto, refundidos en algún lugar del cuarto que hace de estudio en un espacio de la casa. Que quede claro a quien pudiera interesar: me limito al ejercicio de dejar que los pensamientos cabalguen libremente en las praderas de esta hoja virtual y lleguen con fortuna a alguna parte. A propósito de lo virtual, es realmente uno de los motivos que ahora me anima y no tanto la necesidad interior de contar estas cosas sobre las que –repito- directamente cabalgo (vuelvo a usar el verbo pues no comparto de manera estricta la recomendación académica de que no deben repetirse las palabras y acudir a la sinonimia como manera de demostrar la riqueza de vocabulario).
Sí, la tecnología, después de tantos años de no escribir notas de esta índole, se vuelve cómplice y me colabora en este esfuerzo, no sólo en lo técnico sino en lo humano, que finalmente es lo que a mi interesa. Me asustaba el internet en cuanto al peligro que implica para el niño o el adolescente en caer en lo más fácil que puede ofrecer este medio de comunicación masivo: el chateo insulso, la búsqueda de farándula y los riesgos que ofrece el delincuente. Pero ahora que paulatinamente aprendo a navegar en el ciberespacio y me encuentro con amigos escritores como Carlos De La Hoz, me digo: “¡que vaina, si esto nos puede servir para nuestros dilemas y gustos literarios!”. Ya he compartido con este escritor y con otro –Lewis Morales Bravo- estas posibilidades de volver a escribir y no han hecho sino animarme. Y en estas me encuentro, escribiendo un poco lo que voy pensando, combinando control g permanentemente ante el miedo de un apagón y la pérdida de lo escrito… (Observo que precisamente mi amigo Lewis está conectado y por primera vez le envió un saludo por el chat… pasan los minutos y pienso que duda en responderme o que no ha observado que allí estoy en la barra de inicio, dispuesto al diálogo mientras escribo estas notas).
Pero sigo por donde venía: el internet me está ayudando, las personas que en sus páginas navegan resultan extraordinarias, una vez superada la natural desconfianza de no saber quién es en realidad el extraño que nos ha correspondido algún mensaje o comentario extraviado. Me sucedió con MS, quien de alguna manera leyó el comentario que había escrito en la página de una poeta amiga (DLP) y a quien hacía años no enviaba saludo por ningún medio alguno. MS ha resultado una mujer interesante y de profundas reflexiones alrededor de la vida. Quise buscar sus palabras iniciales, copiarlas y pegarlas aquí pero sucede que no las encuentro en los vericuetos en que me pierdo en Facebook. Ignoro si el sistema va eliminando lo antiguo, o si la emoción de ver y sentir que el intento de volver a escribir en algo va funcionando no me permite la paciencia de buscar los textos deseados.
En cambio aún encuentro unos comentarios –menos buscados- que hice al profesor Ariel Castillo Mier: “Sí, profe, la crítica debe ser una labor solitaria, tanto como la del creador que se supone su opuesto, pero quizás en el fondo ambos -crítico y creador- sean seres de la misma estirpe: escrutadores de la vida y de la condición humana, aun a costa de su propia felicidad. Ando con la escritura de... proyectos, comunicados, asuntos académicos. Duré unos cuatro años de coordinador (e) y eso esclaviza demasiado. La labor docente requiere brindar una visión positiva a los niños y adolescentes a cargo y a veces esto se contradice con la visión artística. Para no caer en incoherencias es mejor centrarse en un solo asunto”.
“En todo caso, escribir para mí siempre fue una necesidad de proyectar en supuestos personajes las vivencias y timideces propias. Ahí como que me fui curando, aunque, como le manifesté hace poco a Carlos De La Hoz, el remedio es a veces peor que la enfermedad. Si fuera por el mero artificio podría seguir escribiendo, domino la técnica pero la necesidad debe empujar...”
“Quizás podría escribir una pequeña novela que iniciara así:
´La imagen de aquel pasillo de hospital de caridad en donde mi hermano luchó a muerte durante un mes, me sorprendió de repente después de tantos años de supuesta tranquilidad durante los cuales había creído -falsamente, ahora lo comprobaba- que había encontrado la felicidad...´
(Es mero artificio pero con un poco de intención podría funcionar. Guárdeme el texto, quizás algún día haya tiempo de escribirlo en serio y me decida a retomarlo). ‘Me sorprendió de repente´ creo que hay cierta redundancia allí...”
Anoche dejé estas notas en un punto en el cual me resultara fácil proseguir pero no me motiva igual escribir en el silencio de la noche que en el día, rodeado de las conversaciones y sonidos cotidianos de la casa.
Me disculparán, entonces, los lectores de estas notas si encuentran debilidades de forma y fondo pero después de tantos años entiendan que requiero de días o meses enteros de entrenamiento para medírmele de nuevo a la sagrada rutina de volver a escribir.
Por lo pronto, permítanme este apresurado final.
La tecnología informática hoy nos abruma y por mucho que los más antiguos la hayamos eludido, finalmente nos rendimos a sus posibilidades. La necesidad de compartir estas opiniones -periodísticas, literarias o académicas- nos lleva a valernos de este espacio, lo mismo que constituirlo en cierta biblioteca a la cual puedo ir "subiendo" estas notas, fruto más del desorden afectivo que del orden mental, y cuya opción de escribirlas en impreso ya es remota pues lo mío es un teclado, una pantalla...