2/21/2010

Queridos maestros...

De entrada me disculpo por el origen de estas reflexiones que ahora ocupan mi mente y trato de trasladar a esta hoja virtual. Digo “me disculpo” en cuanto a que la nota que abajo presento nació de la desinteresada intención que tuve de referirme al texto Mi profesor de literatura, de Mario Mendoza, presentado por el escritor Carlos De La Hoz en su ya ineludible espacio en Facebook. Y como siempre, “se me fue la mano” y terminé elaborando un testimonio independiente al cual una misteriosa fuerza me obligó a darle vida propia. Algún crítico hablaría de intertextualidad o algo así… Ahora, con pena con Carlos, quedo en deuda con el comentario original. Mientras, léanse lo que a falta de imaginación me he apresurado a titular Queridos maestros, pues al final resultó, formalmente hablando, una carta.

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Queridos maestros,

Dada la condición del ser humano de aprender de manera natural aquello para lo cual biológicamente viene programado y lo que otros culturalmente le transmiten o le heredan, es apenas inevitable no guardar el sublime o mal recuerdo de algunos de los tantos de ustedes que han contribuido a que, querámoslo o no, seamos lo que somos: fracasados o satisfechos en nuestras más íntimas vocaciones. Gracias a ustedes, a su amor o a su amargura logramos lo que hoy en esencia somos en este punto de nuestras vidas.

Por ello, queridos maestros, ahora que pretendemos seguir sus nobles pasos, lo fundamental de reflexionar continuamente sobre nuestra labor docente ya que para el niño que inicia su aprendizaje académico y su experiencia de vida, lo fundamental es encontrar en su camino seres maravillosos, capaces de enseñar la sabiduría que guardan sin egoísmos, abriendo el mágico tesoro de los conocimientos humanos con la misma pericia y alegría con la cual el mago nos ilusiona y gana nuestros merecidos aplausos. Sabemos que las circunstancias han cambiado, ¿cuándo no?, y que la sociedad se ha movido tanto que hoy en día más que informar debemos dedicarnos a formar, a desintoxicar el espíritu de los niños de tanto conflictos que traen. Y ello no es tarea fácil. Quizás, queridos maestros, no seamos dignos herederos de su abnegada vocación y lo más posible es que nunca logremos ser merecedores del recuerdo agradecido de alguno de estos distraídos estudiantes que ahora educamos. Es cierto, créanme, ahora nos desesperamos, dudamos en medio de una sociedad de puertas abiertas en donde los padres perdieron el control y el niño en su derecho “al libre desarrollo de la personalidad” puede hacer lo que le venga en gana, confundiéndonos a todos entre lo que es libertad y libertinaje; autoridad y autoritarismo; castigo y maltrato.

Queridos y sublimes maestros, bien que les recordemos pues a ustedes, en realidad, todas las personas felices de este mundo debemos nuestro lugar en la historia y la plenitud de haber desarrollado con sinceridad tal o cual arte, profesión u oficio, aun en contra de monstruosos sistemas educativos, más al servicio de sospechosos intereses político que humanos.

Nada tenemos en contra de la educación formal y como hijos suyos más que nadie quisiéramos que todos sus funcionarios, asesores, técnicos y nuevos profesores recordaran a quienes –como ustedes para mí, queridos maestros- hicieron de sus primeros años de educación la época más agradable y esperanzadora de un porvenir que anhelamos impacientes sin saber que el tiempo no retrocede nunca ni se recupera jamás.

Queridos maestros, (mencione cada quien los suyos…), hay quienes creen que la educación es mejor porque se disponga de un computador o de un tablero electrónico para enseñar, ¡pero qué va! La educación es, y será, siempre mejor en la medida en que sea organizada alrededor de los sentimientos sinceros y de las actitudes de quienes por años se han preparado, ya en la vida, ya en la universidad, para desarrollar su vocación sin rencores ni miedos ni protagonismos. ¡Ah, cómo recordamos nuestros humildes salones en los cuales ustedes, héroes de otro mundo, nos inculcaban respeto, valores, sabiduría, a punta de la magia de las palabras y de sus buenos ejemplos! -¡Y cómo nos compadeceremos siempre por quienes, fieles al libreto del sistema, nos amenazaron con sus gritos y nos castigaron con sus reglas por no sabernos de memoria, con pelos y señales, la lección copiada en la aburrida clase de la tarde anterior!

Bueno, queridos maestros, la tradición de enseñar y aprender aún persiste de generación en generación, como norma social y cultural y la noción de formar integralmente hoy nos exige inmiscuirnos en las preocupaciones más íntimas de nuestros alumnos y los conflictos que se padecen en sus hogares, quedando casi relegada la enseñanza de contenidos, hecho que no debiera preocuparnos pues la tecnología que a nosotros nos atropella a ellos, seres traviesos, curiosos y genéticamente digitales, les atrae como las flores a las abejas, lo cual nos indica que en estas novedades, con actitud y sentimiento, debemos apoyarnos un poco para hacer de la educación el rato feliz que cualquier niño normal busca en las cuatro paredes en que sus propios padres lo encierran porque no lo toleran en casa.

Finalmente, la referencia a los buenos maestros de los cuales hablamos, incluye, por supuesto, a nuestros padres o personas adultas que rodearon nuestra niñez y adolescencia, pues en ellos –al menos antes lo era- encontrábamos a nuestros más importantes modelos, no tanto por su formación académica sino por aquello de que “el ejemplo educa”.

Queridos maestros, hay en estas malogradas palabras un infinito agradecimiento.

Su alumno,

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