La ficción nos permite cualquier tipo de conjeturas y el agradable placer de aventurarnos a la posibilidad de presumir sobre lo que nos pueda ocurrir en el futuro inmediato. Pero más allá de la fantasía, inferior a la misma realidad y de las virtudes variadas del cuento que nos brinda nuestro amigo Carlos De La Hoz en sus Notas de Facebook del 24 de septiembre, oriento esta nueva nota de entrenamiento hacia algunas consideraciones sobre los sueños.
Quizás sea válido considerar que son los sueños de los hombres los que originan las tragedias y felicidades del mundo. O los rumores, pues a partir de uno, la humanidad parece moverse sin considerar a veces la veracidad del supuesto hecho. Si alguien dice: "hace calor", todos van trasladando el mensaje y expresando a cuantos encuentran a su paso que hace calor. (Recordemos el cuento de Gabriel García Márquez sobre el rumor que logra que los habitantes abandonen el pueblo y se cumpla lo que no hubiese ocurrido si por lo menos uno no hubiese seguido la cuerda del otro).
Pero ya sabemos que los sueños tienen anclaje en la realidad y que son mecanismos para desahogar disfrazadamente lo que reprimimos en nuestra vida cotidiana. Tengo por ellos –los sueños- un particular respeto que intento no volver agüero, pues de niño me ocurrió que al levantarme una mañana cualquiera corrí a decirle a mi padre que había soñado que el canario se había escapado de la jaula en donde aunque prisionero cantaba feliz. ¿Y qué aconteció? Que el sueño ya estaba cumplido pues la jaula tenía su puertecita abierta y el ave ya daba trinos –ahora sí- de felicidad en un árbol cercano. Desde entonces los sueños me producen la sensación de que pueden suceder y aplico el antídoto popular de callar los buenos –para que ocurran- y contar los malos para que no. También desde entonces repudio ver los pájaros enjaulados ofreciendo sus cautivos cantos obligados.
Debemos entender que es posible que nuestra existencia sea el fruto de alguien que sueña y que a merced de ello está nuestro porvenir pues apenas el fulano despierte necesariamente también nosotros desapareceremos. Pero también cabe la posibilidad universal de que ese alguien sueñe en el sueño de otro y otro dentro de otro y así sucesivamente hasta el infinito, lo cual nos puede conducir a una visión interminable o cíclica del mundo pues mientras uno despierta –en esta secuencia- ya el anterior empieza a dormir y a soñar el sueño que nos mantiene despiertos.
/Una -¿innecesaria?- precisión académica: En realidad para referirnos el acto de soñar (en la dimensión en que lo estamos tratando) existe la palabra específica ensueño. El adjetivo correspondiente a ensueño-sueño es onírico. (del griego ónar, "ensueño").
El vocablo sueño (del latín somnum, raíz original que se conserva en los cultismos somnífero, somnoliento y sonámbulo) designa tanto el acto de dormir como el deseo de hacerlo (tener sueño). El sueño (en cuanto acto de dormir) es un estado de reposo uniforme de nuestro organismo, durante el cual bajan los niveles de actividad fisiológica y por poco quedamos muertos.
Por analogía el ensueño (que cumple a menudo fantasías del durmiente), se llama también sueño a cualquier anhelo o ilusión que moviliza a una persona./
De todas maneras me quedo con la palabra sueño, aunque técnicamente no corresponda.
Pero entonces volvamos a la idea central: El cuento La última noche del mundo, de Ray Bradbury, nos tensiona alrededor del sueño del personaje en el cual una voz irreconocible le había dicho que todo iba a detenerse en la Tierra y que todo iba a terminar. Igual soñaron los demás.
Imaginar que nuestra existencia termina “como un libro que se cierra”, no por una guerra de las posibles, no por contaminación masiva de las posibles, no por una colisión extraterrestre de las posibles… es prueba de nuestra fugaz condición humana y que sólo nos espera, en medio de esa atmósfera de tristeza y llanto contenido de la cual nos empapa el cuento, aguardar el instante presagiado al lado de nuestros seres queridos y dolidos por la inocencia de nuestros pequeños que duermen.
Instante que en realidad puede estar próximo o lejano, y por ende nos debe mantener en la eterna condición de actuar siempre a favor del bien de la Humanidad y recibir el despertar de quien por último nos sueña –para nosotros el fin- con la felicidad sin culpas de haber vivido lo justo y con la idea de que “no es la muerte sino el morir”, como –creo que lo repito- nos citaba nuestro amigo Tarcisio Agramonte las palabras del poeta Jorge Artel.
La tecnología informática hoy nos abruma y por mucho que los más antiguos la hayamos eludido, finalmente nos rendimos a sus posibilidades. La necesidad de compartir estas opiniones -periodísticas, literarias o académicas- nos lleva a valernos de este espacio, lo mismo que constituirlo en cierta biblioteca a la cual puedo ir "subiendo" estas notas, fruto más del desorden afectivo que del orden mental, y cuya opción de escribirlas en impreso ya es remota pues lo mío es un teclado, una pantalla...
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