1/20/2010

LOS TIGRES MUERTOS (Del libro Los Otros y Yo)

El manuscrito se había extraviado en no sé qué rincón de la casa de la señorita N., donde vivía hospedado en ese entonces. En mi opinión, se trataba de un relato insignificante con una marcada influencia garcíamarquiana y por nada del mundo me hubiera complacido que alguien lo leyera. De ahí el afán por recuperarlo y ponerlo a buen recaudo o destruirlo, como solía hacer con los escritos que consideraba indignos de conservarse. Debo confesar que en esa época mi autocensura era extremadamente enfermiza y llegué a quemar cuatro capítulos de una novela que venía escribiendo hacia meses.

Un domingo, como última esperanza, revolví la casa al derecho pues ya lo había hecho al revés y aparecieron los objetos menos pensables, excepto mi relato. Me di por vencido. Me resigné aunque me quedó una agria sensación que me perturbaba continuamente, como cuando uno ha soñado y no recuerda exactamente qué.

En todo caso, mi mal no podía ser mayor, me dije. Recordé que a Radley Richardson le robaron en la Gare de Lyon la maleta en donde llevaba todos los textos originales que Ernest Hemingway había escrito por esa época en Francia. Una pérdida realmente invalorable, sin duda. No obstante, Hemingway, que había escuchado la versión del robo entre los espacios de llanto de su mujer, terminó consolándola diciéndole que el asunto no era tan grave y no había motivos para tomárselo en serio, y que la pérdida de sus “trabajos de aprendiz” como él los llamaba, le resultaría más beneficioso que la misma publicación.

Edward O´Brien, editor interesado en la obra de Hemingway, no lo comprendió tan fácilmente: puso el grito en el cielo y el dolor de la “tragedia” casi le ocasiona un infarto. Hemingway, para salir del paso, le mintió prometiéndole que inmediatamente escribiría otros relatos que tenía en mente. La mentira se hizo realidad porque aquella misma noche de la conversación con O´ Brien, Hemingway escribió seis relatos que le parecieron excelentes y le despertaron las ganas de beber cerveza.

En lo que a mí texto concierne, aún suelo buscarlo cada cierto tiempo. Y sobre todo recuerdo, con la misma nitidez de la noche en que los escribí, la pésima frase con que se iniciaba: “Apareció en una mañana fría…” (Me refería a un cavernícola que había llegado inexplicablemente al Paseo Bolívar de Barranquilla).

De estos recuerdos, en aparte amargos, siempre termino consolándome con una de esas “frases verídicas” con las cuales Ernest Hemingway acostumbraba a rematar sus argumentos: “Después de escrito un texto, es como un tigre muerto…”

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