4/08/2010

Las lecturas...

El libro que leo es el libro que me golpea. No soy muy sistemático en mis lecturas, eso no está bien. Se dice que hay que leer bastante. Creo que uno debe leer lo que necesita y, sobre todo, lo que merece leer. Confieso mi debilidad por las obras breves, aquellas en las cuales la vitalidad, con todas complejidades, emerge por encima del mero artificio literario (aunque válido a la manera de Borges). Acaso sea por aquello de que el escritor se la pasa escribiendo toda la vida el mismo libro y, quizás, en la menos extensa de sus obras derroche y a la vez condense (sin proponérselo) los elementos espirituales y estilísticos de sus otras producciones...

¿Cómo no sobrecogerse, llorar o padecer de locura ante textos tan estremecedores como El túnel, Edipo rey, El Coronel no tiene quien le escriba, El extranjero, El viejo y el mar, El pozo, Pedro Páramo, La casa grande, , La metamorfosis...? ¿Acaso no hay en ellos una exquísita sazón que no logramos degustar en otras obras de los mismos autores? Descreo de los autores que gastan sus vidas publicando libros insulsos; simpatizo con aquellos que escriben lo que tenían que escribir y después, sin mayores alardes, se suicidan o se mueren y punto.

No digo que las obras extensas sean malas, no creo eso. Es cuestión de capricho. Mis verdaderas lecturas han sido orientadas por ese instinto masoquista de recibir los mejores golpes. ¿Cómo puedo olvidar la bofetada inicial de Kafka y Camus; o los golpes suaves de Chejov, Hemingway, Sábato, Onetti, Cepeda Samudio; o el golpe de gracia de Cortázar...?

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