Acabo de leer sobre las cuestiones de que trata la nota Ejercicios de estilos, de Elsy Rosas Crespo, Facebook, miércoles 12 de noviembre y, después de varias semanas sin ganas de escribir me dije “vamos a meterle el diente y pensemos algunas reflexiones”, las que seguidamente voy trasladando al código escrito.
Escribir con corrección es propio de quienes desconocen la fuerza que tiene la lengua por fuera del diccionario como libro. Como bien lo afirma la autora de la nota, evalúan lo correcto e incorrecto sin explicar el fenómeno que hace que en vez de "haya" alguien, de manera natural e inconsciente, diga "haiga", sin el menor sonrojo ante el seguro público intelectual que mínimo lo tilde de ignorante ante el “tremendo error” cometido. Infunden tanto terror estos académicos de la lengua que llevan a los hablantes a mantener el ya extraño "halar" en vez del natural y también válido "jalar".
Bueno, con respecto a los autores de estos libros que brindan recetas sobre las técnicas de escribir no es la mala fe que los empuja sino la ignorancia o la perspectiva de creer que escribir es meramente un asunto de reglas y que es posible explotar comercialmente el hecho con libros tan necesarios en una sociedad de poca tradición escrita.
Escribir en general es pensar. Creo poco en la inspiración como ese estado en que supuestamente algo o alguien nos lleva a escribir determinada obra, breve o extensa, de índole tal o cual. Escribir es pensar y lo que va escogiendo estas palabras que llenan la pantalla es la conciencia, el pensamiento, motivado en este caso por las reflexiones que me generan la nota en referencia y los aportes de sus otros lectores. Escribir como arte está por encima de las reglas gramaticales y por fuera de las escuelas. Y si bien, creo, no obedece a la inspiración, la escritura de los artistas de verdad se deriva de su necesidad consciente o inconsciente de salvarse mediante la literatura rompiendo éticas y reglas. Es posible que cualquiera de nosotros, en razón a la imaginación que el cerebro nos permite, se dé a la tarea de escribir un cuento y a las pocas horas tenerlo finalizado con la estructura propia de este género, pero ¿será un buen cuento? ¿Tendrá la sazón de los grandes cuentos escritos a fuerza de la inquietud que rondaba en una noche de insomnio a cualquiera de los grandes maestros que los produjeron? ¿Podrá el García Márquez de estos tiempos escribir una obra a la altura de El coronel no tiene quien le escriba, escrita con hambre, soledad y las esperanzas propias del escritor que empieza? A propósito de estilo, se dice que en sus últimas obras lo que GGM hizo fue plagiarse a sí mismo.
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Aprender a través del juego, de lo lúdico que llaman ahora, es un tanto discutible en el sentido de mezclar las cosas. Creo que jugar es jugar y aprender es aprender, no queriendo decir que el aprendizaje no deba resultar divertido en vez de aburrido. Y es precisamente el juego lo que le hemos quitado al niño en nuestro afán de inmiscuirlo cuanto antes al sistema educativo. Es importante comprender que el juego y la cacareada motivación educativa es un factor que debe mirarse con más seriedad frente al proceso de enseñanza. Es común en algunos docentes hacer creer que porque refieren un par de chistes al inicio de su clase y los estudiantes estallan en risas y aplausos ya pueden asegurar el éxito de su aburrida e inútil sesión. No. La motivación debe estar ligada al aprendizaje mismo, de comienzo a fin, ya sea porque el tema en desarrollo se ha hecho significativo y su aprendizaje nos resultará valioso para la vida.
Bueno, no es más y, como siempre, enlazo estos comentarios con aquellos en que otros también arriesgan su pellejo a favor de la defensa de una convicción o de una simple coma mal puesta, tal el caso de la profesora de literatura Elsy Rosas Crespo, a quien este medio virtual y la voluntad de un buen amigo puso en mitad de mi camino.
La tecnología informática hoy nos abruma y por mucho que los más antiguos la hayamos eludido, finalmente nos rendimos a sus posibilidades. La necesidad de compartir estas opiniones -periodísticas, literarias o académicas- nos lleva a valernos de este espacio, lo mismo que constituirlo en cierta biblioteca a la cual puedo ir "subiendo" estas notas, fruto más del desorden afectivo que del orden mental, y cuya opción de escribirlas en impreso ya es remota pues lo mío es un teclado, una pantalla...
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