2/09/2010

Bien, terminemos el cuento (III)

En esta ocurrencia de reiterar estos apuntes sobre el cuento había presupuestado reunir un conjunto de variadas apreciaciones, conforme el valor que doy a sus autores, pero en este punto me dije, basta de abusos con lo fácil y abandonemos ya este caprichoso y presuntuoso interés. Bueno, recordamos tantos de nuestra predilección pero sabemos que cada narrador se va encontrando en el camino con los autores que merece y, en consecuencia, inútil resulta recomendarlos, máxime cuando la técnica es posterior a la vocación.

No obstante, concluyo esta línea temática con Unas palabras sobre el cuento, breve pero contundente aporte de Augusto Monterroso que, ya tomemos en serio o en broma, nos hace sentir culpables por habernos gastado demasiadas ideas en tan retrajinado panorama.

Bien, leamos sin más consideraciones:

Si a uno le gustan las novelas, escribe novelas; si le gustan los cuentos, uno escribe cuentos. Como a mí me ocurre lo último, escribo cuentos. Pero no tantos: seis en nueve años, ocho en doce. Y así.

Los cuentos que uno escribe no pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas; algunos dicen que siete. Con ésos debe trabajarse.

Las páginas también tienen que ser sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el cuento se vuelve una anécdota y nada más odioso que las anécdotas demasiado visibles, escritas o conversadas.

La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

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