1/27/2010

Luis Paéz Barraza

En estos textos de entrenamiento a los que me dedico por estos días, no puedo dejar de pensar en lo que significa la tarea de escribir y las consecuencias de tal vocación. En mi caso he dicho algunas cosas a las cuales ya no quiero recurrir. Quiero partir de emociones actuales y con la alegría de estar escribiendo de nuevo, y con la inocencia de un niño, a los casi cuarenta y cinco años.

Sí en cambio quiero recordar personas, que de una u otra manera, motivaron mi inicial facultad de expresar por escrito lo que muchas veces la timidez me impedía decir por la boca. (En realidad y siendo sincero nadie me enseñó a escribir, en el sentido en que siento que escribir es sencillamente pensar). Pero existen en la vida de los hombres otros seres que ya para bien o ya para mal dejan huellas en uno y lo empujan al éxito o al fracaso, aquí este último entendido como lo superficial del no éxito, pues el fracaso entendido en otra dimensión merece su propio elogio.

Es la hora, y siempre pensé en qué momento sería, de acordarme y sentar por escrito –así fuere en una leve línea- aquella imagen que llevo del profesor de bachillerato Luis Páez Barraza. De él supe que también era escritor cuando por casualidad observé su nombre en la portada de un libro que se titulaba Esta sagrada rutina y el cuál adquirí de manera inmediata en aquella venta callejera de libros usados –leídos- ubicada en un andén casi enfrente del antiguo edificio Murcia de la ciudad de Barranquilla. De este libro, que aún conservo, no es mi interés referirme en el momento, ya que el pensamiento me lleva a saldar la deuda de dedicarle un agradecido comentario a este entrañable profesor.

Desde entonces lo miré diferente y comprendí ese aire de hombre triste que le notaba en su rara y pronunciada frente. Y en verdad supe que el profesor Luis Páez Barraza era un tipo diferente a los demás colegas de aquélla escuela pública en la que cursé mi bachillerato pues muy poco lo veía socializar en la sala de profesores o transitar a lo largo de los pasillos en la búsqueda de algún muchacho para endilgarle alguna falta. No, al profesor Luis Páez Barraza lo veíamos aparecer justo en el preciso momento en que nos correspondía su hora de español y de allí los más atrevidos del grupo lo apodaban “kilométrico”, por aquello de que nunca fallaba. A sus espaldas supongo, pues aunque era más bien un piropo, no creo que de todas maneras fuera el más apropiado o gustase al escritor que yo sabía que era. Quizás también fuera profesor universitario y por ello poco se le veía compartir en nuestra escuela.

Decía que él ni nadie me enseñaron a escribir, pero al igual que la maestra Eucaris, en un grado anterior, sí percibió en mí la vocación y de alguna manera la hizo pública en aquel curso de compañeros mal afamados. Sucedió que en unas de sus singulares clases nos solicitó a manera de actividad que redactáramos un pequeño párrafo con unas pautas que en verdad en esta madrugada no recuerdo. A mi turno de presentarlo, y no sé con qué valor, leí el párrafo cuya primera línea aún recuerdo con la misma nitidez de aquella tarde irrecuperable de estudiante feliz en aquella escuela pública del barrio Las Nieves de la ciudad de Barranquilla:

“Apareció en una noche fría…”

Y al profesor Luis Páez Barraza le bastó escuchar el pequeño párrafo para declarar ante todos los del grupo que el texto leído era diferente al de los demás, que era literario, por esto y aquello, que podía observar en mí cierta virtud de narrador. Esto, lo confieso con la debida humildad, no me hizo escritor pues sentía que interiormente ya lo era, pero me hizo grande de una manera que no puedo explicar y desde entonces seguí escribiendo con mayor interés y entre el profesor Luis Páez Barraza y yo se abrió un tipo de comunicación diferente, sin nunca llegar a ser amigos ni a compartir un espacio de los llamados literarios. Además, entre mis compañeros me gané tal reputación de escritor que uno que otro me comparaba con uno de los de verdad y que me apena mencionar.

He querido (he pensado digo, pues lo escrito hasta el momento en esta noche, ha sido fielmente orientado por las ideas que una tras una se empujan desde el cerebro, aunque reconozco que verdaderamente siento que me rozan el corazón) dedicar estas páginas a mi querido profesor. Esto que acabo de escribir me (pienso un rato…) lleva a reflexionar sobre razón y sentimiento. Sé, disculpen el tono académico, que lo expresado, dicho o escrito, es objeto de una rápida transformación y que por ello se dice que no escribimos o expresamos lo que en verdad pensamos. Por ejemplo digo en una sola oración “El niño que come dulces es mi hijo”, pero en realidad he pensado en dos ideas, una: “El niño come dulces”, otra: “El niño es mi hijo”. Este proceso es esencialmente neurocerebral, pero ¿y entonces de dónde viene ese extraño cosquilleo que se siente ante la nostalgia que produce cada palabra?

Bueno, debo terminar de alguna manera y me preguntó que más falta por decir y si el tema que atraviesa esta hoja virtual es sobre el hecho de escribir o se ha tornado en una rápida semblanza del profesor Luis Páez Barraza. Para establecerlo debo detenerme y combinar ctrl más inicio y releer lo ya producido. (Decido un rato).

Concluyo que ambas opciones requieren de mayor profundidad y menos apasionamiento y aunque es inocultable que el tema lo he desarrollado –pensado- alrededor de la imagen del profesor, considero que aún no lo he agotado lo suficiente, para decirlo de alguna manera, y que debo concertar una nueva cita con el recuerdo y así completar de una vez y para siempre esta deuda pendiente entre mi vocación de escribir y la presencia en este destino del profesor Luis Páez Barraza, a quien una que otra vez he visto caminar en alguna calle de esta ciudad y con el mismo aire de profunda melancolía con la que atravesaba el patio de aquella aún existente escuela pública en donde me inicié clandestinamente como escritor.

1/22/2010

Poemas

*

Infancia

Viejo triste,
ya no te recuerdes de niño
mirando desde el barranco cenizo
el río de todas las tardes
y de toda tu infancia
El río largo
ondulante tren de fantasía
llevándose las horas y los sueños
mientras tú te quedabas silencioso
huérfano de todo
a lo lejos mirando

*
Infancia

Anoche, en un sueño hermoso,
tocaba yo a las puertas de mi infancia
cuando desde lejos un niño me ha gritado:
¡Viejo! ¡Viejo! !Ya nadie vive en esa casa!

*

Existencia

Existo hoy porque amo y sueño
y muero un poco cada tarde
entre amores fugaces
y sonrisas sin rumbo
Un día estas palabras
no serán mías
serán de otro
acaso de nadie
acaso del viento
Un día me sobrevivirá
el olvido y la melancolía

1/20/2010

LOS TIGRES MUERTOS (Del libro Los Otros y Yo)

El manuscrito se había extraviado en no sé qué rincón de la casa de la señorita N., donde vivía hospedado en ese entonces. En mi opinión, se trataba de un relato insignificante con una marcada influencia garcíamarquiana y por nada del mundo me hubiera complacido que alguien lo leyera. De ahí el afán por recuperarlo y ponerlo a buen recaudo o destruirlo, como solía hacer con los escritos que consideraba indignos de conservarse. Debo confesar que en esa época mi autocensura era extremadamente enfermiza y llegué a quemar cuatro capítulos de una novela que venía escribiendo hacia meses.

Un domingo, como última esperanza, revolví la casa al derecho pues ya lo había hecho al revés y aparecieron los objetos menos pensables, excepto mi relato. Me di por vencido. Me resigné aunque me quedó una agria sensación que me perturbaba continuamente, como cuando uno ha soñado y no recuerda exactamente qué.

En todo caso, mi mal no podía ser mayor, me dije. Recordé que a Radley Richardson le robaron en la Gare de Lyon la maleta en donde llevaba todos los textos originales que Ernest Hemingway había escrito por esa época en Francia. Una pérdida realmente invalorable, sin duda. No obstante, Hemingway, que había escuchado la versión del robo entre los espacios de llanto de su mujer, terminó consolándola diciéndole que el asunto no era tan grave y no había motivos para tomárselo en serio, y que la pérdida de sus “trabajos de aprendiz” como él los llamaba, le resultaría más beneficioso que la misma publicación.

Edward O´Brien, editor interesado en la obra de Hemingway, no lo comprendió tan fácilmente: puso el grito en el cielo y el dolor de la “tragedia” casi le ocasiona un infarto. Hemingway, para salir del paso, le mintió prometiéndole que inmediatamente escribiría otros relatos que tenía en mente. La mentira se hizo realidad porque aquella misma noche de la conversación con O´ Brien, Hemingway escribió seis relatos que le parecieron excelentes y le despertaron las ganas de beber cerveza.

En lo que a mí texto concierne, aún suelo buscarlo cada cierto tiempo. Y sobre todo recuerdo, con la misma nitidez de la noche en que los escribí, la pésima frase con que se iniciaba: “Apareció en una mañana fría…” (Me refería a un cavernícola que había llegado inexplicablemente al Paseo Bolívar de Barranquilla).

De estos recuerdos, en aparte amargos, siempre termino consolándome con una de esas “frases verídicas” con las cuales Ernest Hemingway acostumbraba a rematar sus argumentos: “Después de escrito un texto, es como un tigre muerto…”

1/15/2010

En El Tiempo están furiosos todos, hasta los columnistas de buen humor...

Domingo, 18 de octubre de 2009 a las 19:23

Estimado periodista (Daniel Samper Pizano)

Siendo tan delicado el hecho de que la dirección de El Tiempo hubiera despedido a una de sus columnistas (¡Y de qué manera!), lo más normal sería que más de un periodista de este importante diario le hubiera dedicado su opinión al histórico hecho. Pero no ha sido así pues el mensaje de los dueños mayoritarios del periódico es claro: opinar con libertad en contra del periódico debe asumirse como una renuncia, un acto de suicidio del cual no se sobrevive ni por equivocación.

Usted lo hace, opinar. Pero a medias, sabiendo que el renombre que tiene le impedirá a sus jefes despedirlo tal como lo hicieron con su colega. En el fondo usted sabe lo que implica esta despedida pues nada la justifica, aunque usted mismo, tratando de ser salomónico, lo hace al afirmar que los compañeros de Claudia López se sintieron insultados por la forma en que la periodista orientó su columna. Bueno, eso es una cosa y despedirla por no estar de acuerdo con su opinión es otra. Si lo expuesto por Claudia López lo consideraban calumnia procedía denunciarla y darle el derecho que todo ciudadano tiene de defenderse de cualquier acusación de esta índole. Los lectores preferimos a un periodista arrestado por calumnia que a uno despedido de su periódico por censura. Siendo más claro: el despido en el periodismo no tiene lugar, salvo, claro está, cuando se detecta desde la primera redacción que el periodista no sabe escribir y que se constituye en una estafa para un medio que debe exigir calidad y un alto vuelo mental de quienes dinamizan esta profesión tan hermosa que no depende de títulos de universidad sino de la vida misma.

Hay decisiones realmente extremas, ciertamente. Esas que nunca quisiéramos tomar pues sabemos que pueden marcar ruptura, guerra, divorcio. Y la decisión de los directivos de El Tiempo de despedir a la columnista fue extrema, sin vuelta de rosca. Tiene usted, amigo periodista, la esperanza de que El Tiempo restaure su imagen, pero ello le será muy difícil. Una cosa es que el tiempo –el otro- a veces es cómplice de las malas acciones y le colabora al injusto para que la sociedad olvide, lo cual es factible en la mayoría de las veces. Pero en este caso no. La decisión extrema de despedir a la columnista por su opinión es inolvidable y El tiempo tendrá que pagar el precio de haberla tomado. (Solo cabe un hecho igual de extremo: que El Tiempo abra el debate, escuche y deje en manos de la opinión pública la decisión que se debió tomar frente a la opinión de la periodista). ¡Qué grande sería El Tiempo si actuara así!

De mi parte, y con profundo dolor, desde el día de esta decisión tan improcedente no confió en ningún columnista de El Tiempo, sabiendo que todo cuanto piense y escriba, usted y sus respetados colegas, estará sujeto al miedo de ser considerado una renuncia pues los intereses políticos, comerciales y empresariales del diario más importante del país –hasta hace poco- no pueden ser tratados con la confianza que brinda la libertad de opinión, ya inexistente en los actuales directivos de El Tiempo. Este es el verdadero insulto.

Un abrazo,

Adalberto Deulofeut Prado

***

21 de octubre de 2009 a las 20:35 |

Re: Comentando una columna...
De: DANIEL SAMPER (cambalache@mail.ddnet.es)
Enviado: miércoles, 21 de octubre de 2009 01:29:32 a.m.
Para: ADALBERTO DEULOFEUT PRADO (deulofeut@hotmail.es)

Don Adalberto:

Lamento que piense que los columnistas de El Tiempo no merecemos su confianza. Pero ese es problema suyo.

Atte,
DS

----- Original Message -----
From: ADALBERTO DEULOFEUT PRADO
To: cambalache@mail.ddnet.es ; cambalache@mail.hotmail.com
Sent: Wednesday, October 21, 2009 2:45 AM
Subject: Comentando una columna...

Estimado Daniel Samper Pizano:

Leí su columna sobre El Tiempo y el despido de la periodista Claudia López y quise comentarla pero parece que está bloqueada para tal efecto. Por ello le envio respetuosamente mis apreciaciones al correo que publica debajo de su columna. No sé como lo perciben allá en El Tiempo pero en términos generales, entre la gente que sabe, se tiene la clara opinión de que los directivos de este importante diario han puesto en peligro la credibilidad de los periodistas que lo integran y han cometido un acto de censura a la libertad de opinión.

(Le adjunté a este correo que remití al sr. Daniel Samper la carta que tuve a bien compartir con ustedes, amigos y cómplices de este espacio de opinión).

¿Qué piensan...?

Saludos,

Adalberto Deulofeut Prado

1/12/2010

Cuentos que motivan sueños

La ficción nos permite cualquier tipo de conjeturas y el agradable placer de aventurarnos a la posibilidad de presumir sobre lo que nos pueda ocurrir en el futuro inmediato. Pero más allá de la fantasía, inferior a la misma realidad y de las virtudes variadas del cuento que nos brinda nuestro amigo Carlos De La Hoz en sus Notas de Facebook del 24 de septiembre, oriento esta nueva nota de entrenamiento hacia algunas consideraciones sobre los sueños.

Quizás sea válido considerar que son los sueños de los hombres los que originan las tragedias y felicidades del mundo. O los rumores, pues a partir de uno, la humanidad parece moverse sin considerar a veces la veracidad del supuesto hecho. Si alguien dice: "hace calor", todos van trasladando el mensaje y expresando a cuantos encuentran a su paso que hace calor. (Recordemos el cuento de Gabriel García Márquez sobre el rumor que logra que los habitantes abandonen el pueblo y se cumpla lo que no hubiese ocurrido si por lo menos uno no hubiese seguido la cuerda del otro).

Pero ya sabemos que los sueños tienen anclaje en la realidad y que son mecanismos para desahogar disfrazadamente lo que reprimimos en nuestra vida cotidiana. Tengo por ellos –los sueños- un particular respeto que intento no volver agüero, pues de niño me ocurrió que al levantarme una mañana cualquiera corrí a decirle a mi padre que había soñado que el canario se había escapado de la jaula en donde aunque prisionero cantaba feliz. ¿Y qué aconteció? Que el sueño ya estaba cumplido pues la jaula tenía su puertecita abierta y el ave ya daba trinos –ahora sí- de felicidad en un árbol cercano. Desde entonces los sueños me producen la sensación de que pueden suceder y aplico el antídoto popular de callar los buenos –para que ocurran- y contar los malos para que no. También desde entonces repudio ver los pájaros enjaulados ofreciendo sus cautivos cantos obligados.

Debemos entender que es posible que nuestra existencia sea el fruto de alguien que sueña y que a merced de ello está nuestro porvenir pues apenas el fulano despierte necesariamente también nosotros desapareceremos. Pero también cabe la posibilidad universal de que ese alguien sueñe en el sueño de otro y otro dentro de otro y así sucesivamente hasta el infinito, lo cual nos puede conducir a una visión interminable o cíclica del mundo pues mientras uno despierta –en esta secuencia- ya el anterior empieza a dormir y a soñar el sueño que nos mantiene despiertos.

/Una -¿innecesaria?- precisión académica: En realidad para referirnos el acto de soñar (en la dimensión en que lo estamos tratando) existe la palabra específica ensueño. El adjetivo correspondiente a ensueño-sueño es onírico. (del griego ónar, "ensueño").

El vocablo sueño (del latín somnum, raíz original que se conserva en los cultismos somnífero, somnoliento y sonámbulo) designa tanto el acto de dormir como el deseo de hacerlo (tener sueño). El sueño (en cuanto acto de dormir) es un estado de reposo uniforme de nuestro organismo, durante el cual bajan los niveles de actividad fisiológica y por poco quedamos muertos.

Por analogía el ensueño (que cumple a menudo fantasías del durmiente), se llama también sueño a cualquier anhelo o ilusión que moviliza a una persona./

De todas maneras me quedo con la palabra sueño, aunque técnicamente no corresponda.

Pero entonces volvamos a la idea central: El cuento La última noche del mundo, de Ray Bradbury, nos tensiona alrededor del sueño del personaje en el cual una voz irreconocible le había dicho que todo iba a detenerse en la Tierra y que todo iba a terminar. Igual soñaron los demás.

Imaginar que nuestra existencia termina “como un libro que se cierra”, no por una guerra de las posibles, no por contaminación masiva de las posibles, no por una colisión extraterrestre de las posibles… es prueba de nuestra fugaz condición humana y que sólo nos espera, en medio de esa atmósfera de tristeza y llanto contenido de la cual nos empapa el cuento, aguardar el instante presagiado al lado de nuestros seres queridos y dolidos por la inocencia de nuestros pequeños que duermen.

Instante que en realidad puede estar próximo o lejano, y por ende nos debe mantener en la eterna condición de actuar siempre a favor del bien de la Humanidad y recibir el despertar de quien por último nos sueña –para nosotros el fin- con la felicidad sin culpas de haber vivido lo justo y con la idea de que “no es la muerte sino el morir”, como –creo que lo repito- nos citaba nuestro amigo Tarcisio Agramonte las palabras del poeta Jorge Artel.

1/10/2010

Poemas

Cartel

En esta noche En esta tristeza
En esta calle En esta ciudad

ESTOY MUERTO

Lejos de mí, la gente pasa
mientras
el viernes se pudre en lluvia

*

Grafiti

En ciertas ocasiones
Dios nos ayuda
en otras, se hace el pendejo

*

EN VANOS
intentos de suicidio
yo recorro esta ciudad
cada domingo

*

¡Ah! Infeliz del que se queda mirando las cosas
que han pertenecido a los que ya no existen

1/09/2010

CÓMO APRENDEN LOS NIÑOS

Del libro Cómo aprenden los niños, de Stella Vosniadou (Editorial Magisterio, Bogotá 2002), me atrevo a tomar las siguientes ideas centrales que una investigación brinda sobre el aprendizaje de los niños:

1. PARTICIPACIÓN ACTIVA: La participación activa y constructiva del estudiante es necesaria para el aprendizaje.

2. PARTICIPACIÓN SOCIAL: Antes que nada el aprendizaje es una actividad social y la participación en la vida social de la escuela es central para que éste se lleve a cabo.

3. ACTIVIDADES SIGNIFICATIVAS: Se aprende mejor cuando se participa en actividades que se perciben como culturalmente relevantes y útiles en la vida diaria.

4. RELACIONAR LA INFORMACIÓN NUEVA CON LOS CONOCIMIENTOS PREVIOS: El conocimiento nuevo se construye sobre la base de lo que ya se cree y se entiende.

5. ESTRATEGIA: las personas aprenden empleando estrategias flexibles y efectivas que los ayudan a entender, razonar, memorizar y resolver problemas.

6. REFLEXIÓN Y AUTORREGULACIÓN: Los estudiantes deben saber cómo planear y monitorear su aprendizaje, cómo ponerse sus propias metas y cómo corregir sus propios errores.

7. REESTRUCTURAR EL CONOCIMIENTO PREVIO: A veces el conocimiento previo puede interponerse en el aprendizaje de algo nuevo. Los estudiantes deben aprender a resolver las inconsistencias internas y a reestructurar las nociones previamente existentes cuando sea necesario.

8. APUNTAR HACIA LA COMPRENSIÓN: Cuando el material se organiza alrededor de principios y explicaciones generales, se aprende mejor que cuando el aprendizaje está basado en hechos y procedimientos aislados.

9. AYUDAR A LOS ESTUDIANTES A TRANSFERIR: El aprendizaje se hace más significativo cuando las lecciones se aplican a situaciones de la vida real.

10. GASTARLE TIEMPO A LA PRACTICA: El aprendizaje es una actividad cognitiva y compleja que no puede apresurarse. Requiere de tiempo y de períodos de práctica considerables para comenzar a construir destrezas en un área determinada.

11. DIFERENCIAS INDIVIDUALES Y DIFERENCIAS DE DESARROLLO: Cuando se tienen en cuenta las diferencias individuales, los niños aprenden mejor.

12. FORMAR ESTUDIANTES MOTIVADOS: La motivación del estudiante influencia el aprendizaje de una manera crítica. Con su comportamiento y sus intervenciones, los profesores pueden contribuir para que sus estudiantes aumenten su motivación.


Niños en escuela de Tarucani (Cusco,Perú). Foto tomada de www.flickr.com/photos/10109855@N00/296942731/

1/03/2010

En una esquina de la ciudad

Cuando uno ve que el hombre se detiene en la esquina de Veinte de Julio con Paseo Bolívar, justo allí enfrente, y el resto transita a su lado indiferente a ese rostro de tragedia inmediata que lleva, es claro entender que nuestra bella ciudad, antes solidaria con la preocupación ajena, es ahora una masa distraída que deambula de un lado a otro, sospechosa de ella misma y sin uno saber qué pitos toca en las aceras a esta hora hábil en que cualquier ciudadano honrado labora ganándose "el pan con el sudor de su frente". Pero este no es el tema de este cuento y cualquier buen lector lo sabe, pues un buen relato se deja de tanta pendejada y elementos gratuitos e inicia con un tono más serio y trascendental, como propinarle un golpe seco a la mandíbula del amigo traicionero.

Pero bueno, no echemos todo por la borda y rescatemos un poco de esta artificial imagen. Pensemos en ese hombre, en su rostro de condenado y en las razones que tendrá para querer torcerle el cuello, quizás, a cualquiera de esos que le tropieza de lado a lado. Miremos el mundo desde su interior, conectémonos a sus últimos pensamientos, los que por segundos perviven pues cada uno de éstos va fugándose en millonésimas de segundos dándole paso a otro y a otro.

Siempre me ha gustado recorrer la ciudad, caminar por El Centro y entremezclarme en este mar de gentes, de ventas y de automóviles pisándonos los tobillos. Eso mismo que tanto molesta a nuestro Alcalde metropolitano pues habla de recuperar el espacio público como si se tratara de barrer la basura de cualquier evento de carnaval. Por eso estoy aquí a ver si el maldito me barre y deja la avenida limpia de lo que represento. Como borró del mapa a las putas mujeres del Parque San José y a los comerciantes pequeños de la Plaza San Nicolás. Eso mismo pienso mientras espero… Me gusta este desorden de kioskos, carretas y colores que llenan estas calles y le cubren el cemento que es lo que será quiere ver el sr. Alcalde…

Si fuera domingo el rumbo de este relato sería otro. Pero es lunes y eso lo hace más difícil. Qué puede hacer un lunes un tipo de actitud extraña en mitad de la gente que circula con aire de libertad pero sin un peso en los bolsillos. Tal vez ha salido porque le gusta recorrer la ciudad y encontrarse con tipos más raros que él. O está ahí, justamente ahí, por mera casualidad y todas estas conjeturas no pasan de ser tiempo perdido, intromisiones en lo que no nos importa. Bueno, pero cada quien al fin con su tema.

El problema de esperar es que al rato los demás lo notan y uno se vuelve sospechoso y cuando esto sucede no hay dónde meterse ni a dónde mirar. Lo peor sería que llegara una patrulla y empezara a solicitarme documentos, profesión y motivo de mi espera en este punto de la ciudad que ahora me arrepiento de haber elegido. Y es que esta cara tampoco me ayuda mucho pues en lugar de mimetizarse en la multitud lo que logra es sobresalir, agrandarse estúpidamente, dando derecho a quien pasa a observarla con el consabido disimulo de la gente hipócrita…

De todas maneras yo estoy acá y él allá y eso no es un artificio, digo la verdad aunque no me incumba. Es como decir “el ojo ve”, recordando a una vecina del barrio a quien le robo la expresión, aunque uso comillas que ya se sabe indican que lo dicho es de otro. Perdonen el tono didáctico pero como narrador me corresponde este tipo de licencias. Okei, una amiga un poco petulante dice “oka”, decidamos hacia dónde se mueve esta historia, si acaso lo es. La atmósfera es la típica de un lunes de ésos que llaman “de zapatero”. Nada más que agregar.

El sonido intempestivo de una motocicleta llama la atención pero la ráfaga que le sigue no deja a nadie para preguntar, unos al suelo, otros más veloces detrás de los puestos de ventas. En segundos lo que antes era una de las esquinas de mayor aglomeración en El Centro de esta ciudad ahora es un área vacía, sin miradas y hasta sin narrador, sólo este hombre, con rostro de tragedia, protagonista anónimo de esta nueva escena del crimen ya cotidiana en nuestra siempre amable ciudad.